¿Podría haber un apagón en Bogotá? La ciudad frente al reto energético
El fantasma de un apagón en Bogotá vuelve a rondar a los ciudadanos. Tres décadas después de la crisis de 1992, la ciudad y el país enfrentan un panorama energético frágil, marcado por la dependencia del agua, los retrasos en grandes proyectos y la falta de conciencia sobre el consumo responsable.
Según Juan Ricardo Ortega, presidente del Grupo Energía Bogotá, el sistema eléctrico nacional atraviesa un momento de vulnerabilidad. “Colombia tiene más del 66% de su potencia en agua, pero cuando no hay lluvias, esa fortaleza se convierte en debilidad”.
La advertencia llega en un contexto donde fenómenos climáticos como 'El Niño' y la limitada infraestructura gasífera podrían poner presión sobre la red en los próximos años.
Ortega es enfático en que el país no está condenado a un apagón, siempre y cuando se tomen decisiones técnicas y ambientales a tiempo. Entre esos desafíos se cuentan la culminación del proyecto Hidroituango, que aún tiene 1.200 megavatios de potencia pendiente por entrar en operación, y la ampliación de la red de transporte energético que permita responder a la demanda creciente.
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A nivel doméstico, el consumo en Bogotá se mantiene moderado frente a otras regiones del país. Los usuarios residenciales, en promedio, consumen entre 140 y 150 kilovatios hora al mes, una cifra relativamente baja gracias al clima templado y a la ausencia de sistemas de aire acondicionado.
Sin embargo, Ortega recordó que “la nevera, la plancha y los ventiladores son los mayores devoradores de energía en los hogares colombianos”, e insistió en que la eficiencia comienza por el cambio de hábitos cotidianos y la adopción de tecnologías más limpias.
El presidente del Grupo Energía Bogotá también llamó la atención sobre la necesidad de repensar la arquitectura y la planeación urbana en zonas cálidas del país.
Techos metálicos, mala ventilación y orientación inadecuada de las viviendas incrementan el consumo de energía y los costos para las familias. “En Colombia no hay todavía suficiente conciencia sobre cómo el diseño urbano puede ayudarnos a ahorrar energía”, agregó.
Pero más allá del consumo, la desigualdad también atraviesa la discusión energética. Ortega advirtió que las consecuencias de un eventual racionamiento serían mucho más severas para los hogares de ingresos medios y bajos.
“Las personas de mayores ingresos tendrán baterías o plantas a diésel; los demás dependerán completamente del sistema. Y el problema más crítico se concentra entre las seis y las diez de la noche, cuando todos cocinan, lavan o prenden sus electrodomésticos al mismo tiempo”, explicó.
Esa franja horaria, conocida como el pico nocturno, multiplica por casi el doble la demanda: de seis mil a más de doce mil megavatios, una brecha que puede tensionar la red y afectar sectores esenciales como hospitales y hogares con personas que dependen de equipos médicos.
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Bogotá, además, enfrenta un desafío estructural. La red de transmisión que alimenta la capital se encuentra en su límite operativo.
Zonas del norte presentan dificultades para recibir más energía por la falta de infraestructura que conecte con otras regiones del país. “Tenemos autopistas eléctricas de dos carriles cuando deberíamos tener cinco”, comparó Ortega, aludiendo a la necesidad de reforzar la malla eléctrica con nuevas subestaciones y líneas de alta tensión.
Uno de los proyectos más importantes para garantizar la estabilidad del sistema es la subestación Norte, planeada para entrar en funcionamiento a mediados de 2027. Sin embargo, las obras han estado bloqueadas durante más de cinco años por oposición de algunas comunidades y retrasos en licencias ambientales.
Según Juan Ricardo Ortega, estos obstáculos no solo impiden el crecimiento urbano, sino que ponen en riesgo el suministro mismo de energía para la ciudad. “Si no logramos avanzar con la subestación antes de 2027, Bogotá tiene altísimo riesgo de restricciones”, advirtió.
Los argumentos en contra de la infraestructura eléctrica, como los supuestos impactos sobre el paisaje, la salud o el agua, han calado en algunos sectores de la Sabana, a pesar de que, según Ortega, no existen evidencias científicas que los respalden.
“Hay estudios de 2021 en Suecia, Dinamarca y Finlandia que concluyen que no hay relación entre las torres de energía y enfermedades como la leucemia”, precisó. También subrayó que la construcción de estas líneas incluye amplios procesos de compensación ambiental que pueden incluso fortalecer la protección de los páramos.
Pese a las dificultades, el Grupo Energía Bogotá confía en que los proyectos podrán concretarse a tiempo, siempre que haya diálogo y cooperación entre las comunidades y las autoridades.
Ortega reconoció que en el pasado faltó pedagogía y empatía en el relacionamiento con la ciudadanía, pero insiste en que el futuro energético de Bogotá depende de recuperar esa confianza. “Esto no se impone por las malas, se logra construyendo con la gente desde el primer día”.
El proyecto de transmisión eléctrica que busca reforzar la red que alimenta a Bogotá ha despertado tensiones y resistencias en la Sabana.
Según el Grupo Energía Bogotá, los retrasos y la desinformación han generado percepciones erróneas sobre su impacto ambiental y social. “Hay mucho dolor y frustración porque algunas personas creyeron que esto no iba a pasar, pero el proyecto lleva más de diez años en marcha y más del 60% de las torres ya están instaladas”, explicó Juan Ricardo Ortega.
Uno de los puntos más sensibles ha sido la supuesta afectación a la fauna, como el hábitat del tigrillo lanudo. El Grupo Energía Bogotá asegura haber trabajado con expertos y cámaras de monitoreo para verificar los posibles impactos.
“No hay evidencia de que las torres alteren el comportamiento de estas especies. El verdadero problema ambiental son las manadas de perros abandonados que atacan a la fauna nativa. Hemos visto osos de anteojos huyendo de ellos”, agregó Ortega.
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Para el presidente del Grupo Energía Bogotá, el debate sobre las torres de transmisión debe ir más allá de los prejuicios y basarse en información técnica y científica.
“Esto no se impone por la fuerza. Hay que construir confianza con la comunidad, pero también reconocer que el sistema eléctrico de Bogotá no puede esperar más. Los riesgos de racionamiento son reales si no logramos culminar las obras a tiempo”.
Por ahora, el panorama no es de alarma, pero sí de urgencia. Bogotá debe fortalecer su infraestructura energética, impulsar la transición hacia fuentes renovables y promover una cultura ciudadana de ahorro.
El recuerdo del apagón del 92 sigue vivo, y evitar repetirlo dependerá tanto de las decisiones del Estado como del comportamiento de cada usuario.
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