En Bogotá, los juegos tradicionales como el tejo, la rana o la bolirana siguen siendo más que un pasatiempo. Son prácticas vivas que revelan la historia rural, indígena y comunitaria de la ciudad. En medio del concreto y la velocidad, estas formas de juego conservan un espíritu ancestral que ha sabido adaptarse al pulso urbano sin perder su esencia.
El tejo, también conocido como turmequé, es quizá el más emblemático. Reconocido como deporte nacional de Colombia, su origen se remonta a las culturas muiscas que habitaron la altiplanicie cundiboyacense hace más de 500 años.
En esa época, lanzar un disco de oro, el zepguagoscua, hacia un blanco no era solo un desafío de puntería. Era un acto ritual, una forma de invocar a los dioses y sellar lazos comunitarios. Hoy, el eco de esa práctica se mantiene en canchas repartidas por toda la ciudad, donde el sonido del tejo al estallar aún convoca a amigos y familias.
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Otro clásico es el juego de la rana, una prueba de precisión que consiste en lanzar pequeñas fichas de hierro o bronce hacia una mesa perforada con distintos agujeros, algunos con obstáculos que aumentan la dificultad. La escena es familiar en comercios y centros recreativos de Bogotá, donde sigue siendo símbolo de destreza y camaradería.
De la rana deriva la bolirana, una variación local que también exige puntería, pero incorpora elementos propios del ambiente bogotano. Aunque ambos comparten la mecánica de lanzar discos hacia una figura metálica, La bolirana ha desarrollado su propio carácter, convirtiéndose en una expresión distintiva de la capital.
Estas tradiciones, nacidas en el campo y ligadas a las faenas agrícolas y a las celebraciones comunales, migraron a la ciudad con el tiempo. Pasaron de los patios y plazas rurales a las esquinas de los barrios bogotanos, donde hoy sobreviven entre bares, canchas reglamentadas y clubes deportivos. En muchos de estos espacios, los juegos ya no son solo una distracción: funcionan como verdaderos refugios de memoria y resistencia cultural.
En la Bogotá contemporánea, donde la vida digital gana terreno y el ocio se transforma, el tejo, la rana y la bolirana se resignifican como símbolos de identidad popular. Representan el encuentro entre pasado y presente, entre lo rural y lo urbano. Son, en últimas, una forma de recordar que el juego, ese gesto tan humano de lanzar, compartir y celebrar, sigue siendo un lenguaje que une a la ciudad con su historia.
*Contenido financiado por el Fondo Único de TIC.

